Má!

Una madre con todos sus ovejas,
hijos nacidos del mismo hilo
tejidos con los dientes y el pujo de su vientre.
Los nombres de los cachorros son cencerros
que resuenan como una sola voz
en el campanario de su garganta,
tañido que representa el llamado para todos.

En su mundo nunca hay un primero
y rebautiza, cada segundo, sin agua bendita
al último, al primero, a cualquiera de sus corderos;
su camada de carne y hueso.

Los ases se gestaron en su útero.
Salieron manchados con sangre sin pecado,
despedidos sobre la sábana blanca del mundo.
Cayeron girando, dando graciosas volteretas,
cortando con filoso dolor el cordón umbilical
pero sin desprenderse del todo
del cálido hostal de los nueve meses.

Uno la ama, piensa.
Otro la cuestiona, asevera.
Otro no clama su nombre
pero te digo madre, te castigas
y abres surcos de sangre en tus mejillas.

Para todos; nombres cristianos y mortales.
Críos de lana blanca, críos de lana negra,
tejidos paridos en el telar de su saco
donde siempre hay bordado un solo nombre.
¡Eso debes ver!
¡Eso debes ser!
¡Eso debes hacer!
¡Remiendo de travesuras!
¡Composturas de locuras!
de las ovejas que se apartan del camino.
Con el cayado en tus manos los guías,
cuando sus desvaríos levantan nubarrones.
Siempre zurces tus blancos pañuelos,
los mismos que recogen tus momentos
de alegrías, partidas y tristezas.

Una madre celebra los laureles de triunfos;
cornucopia orgullosa, figura de lana multicolor.
Sueña fantasías que ya le son ajenas
y si les falta a los soñadores herramientas,
entonces las construye en la neblina de sus rezos.

No hay más rubio madre, ni se es más blondo.
Ni hay moreno ni se es más negro.
Ni hay blanco ni se es más níveo.
Sólo hay ovejas, sólo queda criar hijos
y dejarlos correr en busca de sus destinos.

Madre, sueñas despierta entre cielos y nubes
las sonrisas de los eternos querubines.
Uno se representa en todos,
todos son parte del vientre materno.
Son las voces de tus ángeles.
Los obsequios de tus plegarias.

Sonidos de burbujas de saliva.
Balbuceos de los primeros llamados.
Llantos de tus noches de desesperos.
Ecos que nunca de ti se fueron,
jamás de tu piel se borrarán
porque cada hijo es una semilla
cosechada en el amor de tu pecho,
germinada en la oración de tus labios,
del amanecer de tus pesares.

Es tu camada de carne y hueso
que nunca abandonará
tu cálido hostal de nueve meses.

original de janos65

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