Reptiles, hombres y otros monstruos


Hay un quién con piel de reptil
reptando ociosamente por las calles de la ciudad buscando una presa.
No honra la sangre fría del saurio del pantano,
no porque no sea un depredador despiadado, no.
Es que exagera demasiado su “evil”  rol de la cadena alimenticia.

Hay un monstruo resguardado en el pecho de algún hombre que se detiene en la esquina.
Tal vez un ser no amado, y por eso su alma asesina.
Tal vez un alma maltratada, y por eso tanta inquina.
Tal vez un alma enferma, y por eso tanta espina.
Es cualquier hombre que fuma tranquilamente un cigarro,
un pitillo de papel y tabaco, como un sujeto amable que no levanta sospechas.
A continuación aspira el cigarro hasta el final mientras cavila
y otea,
ha elegido a una damita que sale sola hasta la otra esquina
enviada por el padre y la madre, quienes miran televisión.

El pitillo de tabaco y papel cae al suelo
y el zapato del reptil estruja la brasa ardiente hasta extinguirla,
señal que enciende su cerebro para su ansiada reacción,
pone en marcha su calculado plan.

Comienza a serpentear detrás de la niña como una víbora mortal.
Apura el sinuoso movimiento de su cuerpo para alcanzarle,
antes de que la inocente llegue al destino final del encargo de mamá y papá.
La cascabel del frío reptil, sin que su víctima se dé cuenta, comienza a resonar
y su sonido rebota contra la pared, el mudo testigo,


El repetitivo sonido se propaga llamando a la oscuridad,
aunque es mediodía y el blondo ojo todo lo ve.

Abre, el reptil, sus manos como mandíbulas desencajadas de una boa infernal
y antes de que la niña meta su manito en su bolsillo, buscando monedas,
los colmillos de maldad se clavan en los hombros de la pequeña
arrastrándola hacia un callejón,
por supuesto nadie mira aunque la calle está llena
de reptiles, hombres y otros monstruos
que ven pero no escuchan lo que miran.

Juan Csernath
27.feb.2013

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