Un nombre sobre la voz

Un nombre sobre la voz

No es mi decisión la que escucho

pero sí la que sale de mis labios.

No está el nombre proscrito para siempre

y continúa flotando en mi cabeza como un corcho.

Tiene escrito unas letras que no borra el tinto de una uva

ni el silencio de mis palabras en protesta por la ausencia.

No queda ni una sola gota de rocío, la sed es una tormenta

y no calma el llamado que retumba en las paredes de mis cavernas.

No ha sido sabia la decisión, ¿o sí?, no tiene relevancia ni excusa.

La piel sigue lamentándose por la lengua, la que le brindaba caricias con compasión

y en doloroso relieve se aprecia, cubierto por densas gotas rojas,

¡aquel nombre!, el que se yergue sobre la voz.



Hay unos labios enmudecidos, atrapados en una habitación.

Una luz se refleja en sus ojos, hay un diálogo y una visión

pero no ve nada aquel espectador y sigue recorriendo cavernas desoladas.

Cerca, muy cerca, tiene una prisión y una misión

y desconoce que sucederá el día de mañana.

Si levantarse y ser actor de una larga obra

o ser un ebrio en una solitaria barra

acompañado por el nombre que se yergue sobre la voz.



Hay unos ojos en la oscuridad que se alejan cuando se mueven los dedos

y en la bruma de aquella fantasía, en la mentira de los días

se sigue escuchando con fuerza maldita

el nombre que se yergue sobre la voz.



Algo ha tocado a su puerta, y sin esperar una cordial invitación

¡ha entrado un escarabajo dorado!

chocando contra el techo bajo.

Haciendo estallar la bombilla del salón,

y en la explosión se escuchó claramente

el nombre que se yergue sobre la voz.



No hace falta un grito, ni siquiera una alarido de muerte.

Los pasos son pesados, y las piernas dos columnas de acero

que se desplazan penosamente en el pasillo hacia la habitación,

y al rechinar la puerta, empujada por la blanca y madura mano,

el quejido de los huesos de madera dejan escapar

el nombre que se yergue sobre la voz.



Ya no se aleja, ni se espanta con los ojos anegados de lágrimas.

Ni se compadece del silencio ausente en la compañía del teatro de su lar,

al que tiene que sobrevivir cada día, cada noche, sin ánimos ni estima.



Y en la calma sepulcral,

en el luto nocturno de su casa,

por siempre, en cualquier rincón se escucha

el nombre que se yergue sobre la voz.

original de janos65 – juan csernath



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