Las cosas perdidas
Algunas cosas sobreviven, otras solo
permanecen escondidas
aguardando por una mano que desempolven
los murmullos del tiempo.
Algunas cosas se fugan y se esconden de
tu propia vida,
pero siguen allí, en la sucia esquina,
muy cerca de tu oído emitiendo sonidos,
irritantes claves Morse para magnificar tu
continuo sufrimiento.
Una campanilla estalla y desencadena una
infinidad de imágenes
que pensabas desterradas de tu alma.
Un mar extenso de sensaciones tocan tu
cuerpo
y sientes aquellas pequeñas manos blancas
moldeando la arcilla de tu pecho.
Algunas cosas mueren para siempre, pero
sabes, permanecen sus cenizas.
El viento las levanta, las eleva, las
arrastra hasta tus ventanas nasales
y las respiras hasta tapiar herméticamente
tus vías aéreas.
Algunas cosas mueren con nosotros aunque
sigamos con vida.
Somos un ataúd que deambula cargando los
huesos del pasado.
Los hacemos sonar como una peligrosa
serpiente de cascabel.
Venenosos instantes despiertan sed de
venganza.
Venenosos instantes hacen que nos
inoculemos las deudas de las promesas rotas.
Algunas cosas tan solo se desvanecen, sin
dejar rastro ni pista de su existencia,
desaparecen ante nuestros ojos, la última
imagen se impregna como castigo eterno.
Un llamado en la oscuridad no hará que
vuelvan las queridas cosas de aquellos días,
pero siempre cargaremos con los huesos
que recuerdan que tuvimos otra vida.
Somos un ataúd ambulante que lleva su
cadáver a todos partes
y aunque en la oscuridad gritemos con ira
jamás volverán las cosas perdidas.
Juan
Csernath
22.01.2013
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