Una mujer. Una mano. Un martillo

¿Era de mañana o era de tarde? ¿Fue un viernes o un domingo? No se sabe con certeza cuando el rayo golpeó como un martillo.
… Una mujer, una mano, un martillo.

Un golpe animal fue a destrozar un parabrisas, no produjo ruido. En la cabeza de un niño, todo se filmaba en cámara lenta y a mil repeticiones por segundo: una mujer, una mano, un martillo, una mujer, una mano, un martillo.

Niño petrificado, oídos sordos por el impacto. Gritos mudos con gestos aterradores, pero en el tímpano del niño tan solo sonidos congelados.

Pasillo largo, Carao frondoso, vainas negras y hediondas, flores diminutas rosa naranja; dulces para abejorros, abejas y chinches, avispas y hormigas, todos asistían al espectáculo del viernes, ¿o era domingo?

Detrás de la mujer un anciano de cabello blanco, brillante y platinado, elegante. Rostro severo, ojos profundamente azules como el cielo mudo. A su lado una anciana, tal vez no tanto, pero al niño así le parecía. Ella, la anciana, con el cabello bien peinado siempre a punto de peluquería, rostro inexpresivo, a veces sonreía, su perfume competía con el aroma despedido por las florecillas del Carao, y delante de ellos: una mujer, una mano, un martillo.

Todo era escándalo pero no llegaban sonidos a los oídos del niño. Testigo del anciano, la anciana, una mujer, una mano y un martillo. En los labios de la edad madura se leía, - ¡está loca!, ¡está loca!, que alguien se lleve a la mujer, la mano y el martillo.

Mil pedacitos de vidrios saltaron al aire, mil estrellas impresionantes, mil sonidos traumáticos, mil sueños hechos añicos y todos los insectos de la calle como testigos volaron del árbol buscando otro refugio. Las ventanas de los vecinos señalaban hacia la casa de la mujer, la mano y el martillo.

Más niños estaban presentes, pero eran invisibles, corrían al lado del niño. Le lloraban en la cara pero éste era ya una piedra, trastornado, cuando veía que su madre era la mujer, la mano y el martillo.

Original de Juan Csernath

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