Jean Paleta
Va el hombrecito con su ¡tin!¡tin!¡tin!, por la calle. Jean Paleta, le llaman los niños. Es un carbón andante con una sonrisa de teclas blancas y sol. Campanea su optimismo bajo un árbol mientras el sol arrecia, los rayos quieren atraparle, pero qué más pueden tostarle.
Jean Paleta es un refugiado, un exiliado de una pequeña islita que se muere de hambre todos los días. Que el mundo olvida 360 días y los otros cinco la pone en las noticias. Pero para Jean su agonía, y la de su isla, es exclusiva de todos los días.
Caen hojas del árbol que proyecta el descanso del mediodía, hojas amarillentas de tantos plantones bajo el sol. Se apilan sobre sus campanas. Se pudren un poco y oxidan la manilla que impulsa el tintineo de sus campanillas. Pero no corrompen las ganas de surgir, ya sea aquí o atravesando fronteras donde se pierde la vida en manos de mercaderes del futuro inseguro.
Vuelve de nuevo Jean Paleta a rodar con su ¡tin!¡tin!¡tin!, llamando la atención de infantiles oídos. Pasos presurosos por las escaleras, rejas que se apartan con violencia, hormigas que perecen bajo las huellas de veloces niños que quieren llegar hasta Paleta. El hombrecito de carbón, el que suda de más, el que empapa su franelita blanca con el logo de la marca de helados en el pecho. El que viste jean azul, antes intenso como el mar, ahora desteñido de tanto agua y jabón. Sus ganas y sus sueños no se derriten ni se decoloran bajo el sol inclemente del país tropical. Los niños, literalmente lo asaltan, uno mete su cabeza por la pequeña compuerta y se topa con una panela de hielo seco. Se quema un tanto la punta de su nariz por insistir en alcanzar la paleta congelada más distante dentro del carrito de helados. Jean Paleta introduce sus dedos de carbón y con un español masticado, le regala una sonrisa pero cobra el helado.
Ya en su casita de cartón, en cinco metros cuadrados, junta el poco dinero ganado en una cuenta de ahorro congelada, entre escarcha y cero grados, no toca ni un céntimo de lo acumulado. Sonríe, no es mucho, pero va sumando.
Se despoja de su franela sudada, y mete sus ocho horas y más de trabajo bajo el agua. Se mira al espejo y sus blancos dientes le regalan una sonrisa. La lamparita de su mesita, le pide jalar el cordón. Hay que descansar, y Jean apaga sus dientes para que el cuarto deje de brillar. En su cabeza sigue sonando el ¡tin!¡tin!¡tin!, de su carrito de helados. Su paso a paso a otro norte, su rueda que rueda a otras calles donde no exista tanto odio, donde los hombres siembren sueños, donde los helados no se derritan en las manos de explotadores, especialistas ladrones de sueños.
Jean Paleta quiere bracear a través del Caribe y encontrar en otras latitudes el tesoro que se enfría en su carrito de helados: una corriente cálida de libertad.
original de Janos65
Jean Paleta es un refugiado, un exiliado de una pequeña islita que se muere de hambre todos los días. Que el mundo olvida 360 días y los otros cinco la pone en las noticias. Pero para Jean su agonía, y la de su isla, es exclusiva de todos los días.
Caen hojas del árbol que proyecta el descanso del mediodía, hojas amarillentas de tantos plantones bajo el sol. Se apilan sobre sus campanas. Se pudren un poco y oxidan la manilla que impulsa el tintineo de sus campanillas. Pero no corrompen las ganas de surgir, ya sea aquí o atravesando fronteras donde se pierde la vida en manos de mercaderes del futuro inseguro.
Vuelve de nuevo Jean Paleta a rodar con su ¡tin!¡tin!¡tin!, llamando la atención de infantiles oídos. Pasos presurosos por las escaleras, rejas que se apartan con violencia, hormigas que perecen bajo las huellas de veloces niños que quieren llegar hasta Paleta. El hombrecito de carbón, el que suda de más, el que empapa su franelita blanca con el logo de la marca de helados en el pecho. El que viste jean azul, antes intenso como el mar, ahora desteñido de tanto agua y jabón. Sus ganas y sus sueños no se derriten ni se decoloran bajo el sol inclemente del país tropical. Los niños, literalmente lo asaltan, uno mete su cabeza por la pequeña compuerta y se topa con una panela de hielo seco. Se quema un tanto la punta de su nariz por insistir en alcanzar la paleta congelada más distante dentro del carrito de helados. Jean Paleta introduce sus dedos de carbón y con un español masticado, le regala una sonrisa pero cobra el helado.
Ya en su casita de cartón, en cinco metros cuadrados, junta el poco dinero ganado en una cuenta de ahorro congelada, entre escarcha y cero grados, no toca ni un céntimo de lo acumulado. Sonríe, no es mucho, pero va sumando.
Se despoja de su franela sudada, y mete sus ocho horas y más de trabajo bajo el agua. Se mira al espejo y sus blancos dientes le regalan una sonrisa. La lamparita de su mesita, le pide jalar el cordón. Hay que descansar, y Jean apaga sus dientes para que el cuarto deje de brillar. En su cabeza sigue sonando el ¡tin!¡tin!¡tin!, de su carrito de helados. Su paso a paso a otro norte, su rueda que rueda a otras calles donde no exista tanto odio, donde los hombres siembren sueños, donde los helados no se derritan en las manos de explotadores, especialistas ladrones de sueños.
Jean Paleta quiere bracear a través del Caribe y encontrar en otras latitudes el tesoro que se enfría en su carrito de helados: una corriente cálida de libertad.
original de Janos65
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