Ex-

Una chica vestida de novia está sentada en una silla de tiendita de café y alimentos, de esas que construyen ahora como complemento de un mini centro de negocios con dos o cuatro locales más: ropa, accesorios para carro y trajes de baño. Ella está escondida detrás de sus ojos y detrás de sus lágrimas y del vidrio del café, que también vende alimentos empacados. Aprecia cómo se aleja un auto antiguo, plateado, de los años 50, de esos lindos que se utilizan para llevar a la novia a la boda. En este caso fue para dejarla lejos del altar. Como si ella fuera una mancha vestida de blanco.

Sus manos están húmedas por tanta falta de explicación. El auto ya no se ve, se levanta corriendo y se dirige hacia el baño. Cuando pasa veloz junto a las viejas banquetas fijas al suelo, tapizadas con un vinyl rojo tostado, éstas son acariciadas por el largo y pesado vestido, quedan girando por lo bien aceitadas que están. Una mujer, la que está detrás de la barra con su uniforme azul pálido y su nombre grabado en una plaquita, prendida al uniforme con un gafete, abre la boca para decir algo pero la novia o ex-novia es más rápida de lo que aparenta, arrastrando su pesado vestido blanco al baño, ahora curtido de desprecio.

Se encierra. Ya adentro jala una cadenita del bombillo que pende del techo. La luz se mece y su rostro se ilumina de a ratos, enseñándole que su cara, que su vida, también tiene un lado oscuro y lo está viviendo amargamente, abandonada justamente en ese lugar desconocido, donde no hay nadie, solamente una mujer de unos 50 años largos, la que atiende el local, la que ahora toca la puerta con prudencia como si cada toquecito fuera a maltratar aún más el desecho corazón de la ex-novia.


La chica se sube sobre la tapa del excusado, mira afuera por una ventanita, un cuadradito de 60x60 tapiado con cuatro barras de acero. Sus manos agarran las barras, se siente presa por el rechazo, dentro de su cuerpo, con ese vestido que cada vez parece menos blanco y parece volverse negro, como de viuda. Se siente viuda de la vida, de sus sueños aplastados. Se rasga el vestido y sus piernas quedan desnudas, se descubre un hermoso liguero y principios de piel naranja. Se observa y piensa que sería por eso, por la incipiente piel naranja que comienza a acumularse en sus hermosos muslos. Pero si él sabía de eso, cuántas veces no se acostaron y él le besó sus piernas para enterrarse en su vagina. Cuántas veces, se repetía. Lloró de nuevo amargamente. La dependiente seguía tocando la puerta, su voz gruesa la llamaba, pero ella no entendía nada y nada quería saber de nadie, menos de una desconocida. La chica miró al suelo, se sintió en un abismo, se lanzó de cabeza, parecía que nunca iba a chocar contra las baldosas del baño pero hacía rato que estaba en el piso con la cabeza abierta; la sangre comenzaba a salir por debajo de la puerta. La dependiente gritó horrorizada.

Se despertó la ex-novia sobresaltada, falta de aire, miro el techo borroso. Estaba en su cama. Miró al lado y descubrió que todo era mentira, que era un sueño desgraciado. Se palpó la cabeza, nada. Lo tocó a él para cerciorarse que era de verdad. Él gruñó, volteó su cabeza hacia ella, sus ojos entre abiertos la reprocharon y su voz de mal aliento la regañó diciéndole que se acostara, que era domingo, y los domingos nadie se levanta temprano. Ella sonrió levemente. Su desordenado cabello estaba sobre su cara. Su pijama era poco sexy y debajo de su camisa de algodón sus senos estaban hambrientos de él, pero él tenía apetito de sueño y se durmió de nuevo. Ella copió la acción, se recostó otra vez, se arropó hasta la cabeza, dio media vuelta, asumió posición fetal y se durmió profundamente.

Tres horas más tarde se despertó. Extendió su brazo hasta la mesita de noche tomando el reloj pulsera y con dificultad trató de leer la hora. Eran pasadas las once de la mañana. Se incorporó, estiró los brazos sintiendo la tensión en sus músculos y bostezó para desperezarse, giró su cabeza hacia él, ya no estaba acostado. Cuando sus ojos entornaron bien y enfocaron la habitación, se fijó que en la otra mesita de noche había un papel dobladito, tenía un garabato que prentendían ser letras, era su nombre. Lo tomó, estaba escrito a mano. Leyó brevemente, un suspiro ahogado se quedó atrapado en sus pulmones, apartó la cartita de su cara y se levantó de un salto, abrió el clóset y los ganchos le gritaron: ¡te han dejado!

Cayó sobre la cama, tomó de nuevo la carta y la leyó de arriba abajo como diez veces. Ahora lloraba de verdad y se tapaba el rostro con la carta arrugada de tanto estrujarla y releerla. Comenzó a rasgar la carta y a hacer bolitas de papel que colocaba delicadamente en la desordenada sábana de la cama. Parecía un plato de comida. Ya tenía como una docena de bolitas aderezadas con moco y lágrimas. Tomó una y se la tragó mientras lloraba, y otra, y otra,

y otra, y entre tantas lágrimas, flema y bolitas de papel, la ex-novia se ahogó con el desprecio atragantado en su garganta.

original de Janos65

Comentarios

Vanessa Csernath ha dicho que…
un cuento que te quita el respiro, te lo devuelve y te lo vuelve a quitar...

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